Inactividad dominical.

Susan Maushart y sus hijos "desconectados".
Vivimos bajo distintos preceptos: “mejor malo conocido que bueno por conocer”, el que nos somete al inmovilismo y potencia nuestra resistencia al cambio; “a Dios rogando, y con el mazo dando”, el que sugiere que podemos tener creencias de cualquier índole, pero debemos mantenernos enfocados y trabajando en función de un determinado objetivo, en fin…

No matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no hablarás contra tu prójimo falso testimonio, no codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo…Estos nos llegan desde la Biblia, Éxodo 20: 2-17 y Deuteronomio 5: 6-21, donde se nos cuenta que el profeta Moisés recibió directamente de manos de Yahveh una lista de órdenes o mandamientos que los israelitas debían respetar, los conocidos como “diez mandamientos”.

Hay otros, no expresados en frases conocidas, pero asumidos de forma implícita: como -por ejemplo- que el juego es lo opuesto del trabajo, que la recreación es la diversión para alivio del trabajo, o que el reposo es el estado añorado por el humano “promedio”.

También los hay -de nueva creación- surgidos de la realidad que enfrentamos actualmente a nivel mundial:
la creación colectiva se potencia como fórmula para un desarrollo acelerado en múltiples direcciones; la validación de nuestras prácticas sociales, culturales y productivas se produce actualmente en escenarios internacionales, comparando experiencias de grupos humanos que -antes- nos resultaban ajenos o desconocidos.

Surgen -simultáneamente- temores, vaticinios preocupantes: vamos hacia una simplificación de los matices, los detalles que han caracterizado -hasta hoy- a las más diversas agrupaciones humanas; aquellas culturas surgidas en países poco desarrollados económicamente, tienen el peligro latente de desaparecer, absorbidas por la presencia  “globalizadora” de las culturas propias de los países más desarrollados. (?)

Hay algunos preceptos que sobreviven -a ultranza- aun cuando llevan implícito todo un sistema de trabas al desarrollo: “todo tiempo pasado fue mejor”, “nada como aquella época”, “los jóvenes de hoy están perdidos”, y la lista podría ser larga.

Con respecto a la relación entre humanos y tecnologías, ¡ni hablar! : Las computadoras nos hacen estúpidos, usar los teléfonos inteligentes reduce el contacto humano, intercambiar  mensajes de texto (SMS) empobrece el lenguaje, INTERNET es generadora de caos social, solo contiene artículos de dudosa veracidad, la mayoría de ellos están dedicados a la pornografía, el terrorismo o actividades delictivas, las grandes empresas nos observan todo el tiempo con el fin de desnudar nuestra privacidad y conocernos al punto de poder influir en nuestra conducta… solo queda poner en cruz los dedos índices, y pronunciar: ¡Vade retro, Satanás!

Y esto no es una dramatización, un enfoque superlativo de los temores contenidos en tanto oscuro vaticinio, nada de eso: un suceso como el protagonizado por Susan Maushart, periodista y comentarista social de la cadena ABC denotan que existen personas que están llevando estos “temores” hasta el campo de la experimentación. Con una familia compuesta de 3 adolescentes (14, 15 y 18 años), esta madre neoyorquina tomó la decisión de -por un período de 6 meses- desconectar a sus hijos de INTERNET, la televisión, los reproductores de música como el iPod, las consolas de juegos y los teléfonos móviles.

Esta experiencia (que ella llamó “ El experimento “) fue explicada en su libro "The Winter of Our Disconnect" (El invierno de nuestra desconexión…¿lo habrá escrito a mano?), donde se describe el redescubrimiento de lo que llamó “placeres simples” como juegos de mesa y tablero, leer libros convencionales de papel y carátula dura, repasar viejas fotos, inactividad dominical, cenas familiares y escuchar música juntos...

El Experimento comenzó de forma radical: Maushart decidió prescindir completamente de la electricidad durante unas cuantas semanas, se pusieron velas en sustitución de bombillos, se usó agua fría para las duchas y los alimentos se guardaban en hieleras. El objetivo de este brusco arranque era que, al terminar esta particular introducción y volverse a utilizar la electricidad, debía ser menos brusco prescindir de la red, Google, Facebook, Twitter, los teléfonos móviles…

Realmente, hasta aquí, este “experimento” al cual esta madre decidió someter a su prole, tiene más matices de cruzada medieval que de reposicionamiento de conceptos, al final el uso de herramientas sigue estando determinado por el sistema de valores de los humanos, pero en fin…cuando seguimos leyendo la descripción de este peculiar procedimiento, descubrimos nuevos detalles -al menos- contradictorios: esta familia residía en Australia hasta finalizar esta experiencia, después de la cual “decidieron” regresar a New York. Pero…sin abandonar su ocupación en un diario australiano, algo que solo las tecnologías pudieron resolverle, amén de mantener sus relaciones con los dos hijos mayores       -que quedaron estudiando en la universidad australiana- a través del uso de Skype.

Es curioso que, siendo la principal artífice de esta “desconexión didáctica”, no decidiera utilizar el correo convencional o las palomas mensajeras para enviar sus trabajos al diario, y se moviera personalmente a lo largo de medio mundo para intercambiar con sus ausentes.

No, algo anda mal, cargado de demasiado histrionismo en esta experiencia: no es el uso de las herramientas lo que -tal vez- esta madre sintió que estaba debilitando a su familia, sino -y ella misma lo dice- el dejar de realizar actividades colectivas, sumiéndose en la individualidad de pantallas y productos “unipersonales”, algo heredado…de los mismos libros convencionales que se citan en los logros del “experimento”.

Las supuestas experiencias obtenidas durante esta vivencia (caracterizadas por múltiples factores sociales, culturales, históricos y hasta geográficos) pueden distorsionar la visión de otros colectivos, empeñados en lograr -justamente- lo opuesto: la conexión de sus miembros con otros individuos, otros grupos, otras nacionalidades, a la búsqueda del acceso más abierto posible a la información, el intercambio, la validación y cooperación. Podríamos pensar que -en el caso de Susan Maushart y sus hijos- viviendo en países desarrollados, con acceso privilegiado a estos nuevos escenarios, habían llegado al estado de “meseta”, después de lograr niveles extremos de desarrollo en este sentido de la interrelación humanos/tecnologías.

Pero, si pensamos en todo este herramental, devenido del avance de ciencias y tecnologías, como un sistema en continuo desarrollo, podemos llegar a la conclusión que -tal vez- desaparezcan las mesetas (si es que las hubo alguna vez en la asimilación de los avances científico técnicos), sustituidas por pendientes empinadas menos abruptas, pero en franco movimiento ascendente.

Negar el uso de la red puede significar, para comenzar, el no acceso a información actualizada, el no intercambio de conocimientos que  permitan validad y contrastar nuestras propias experiencias, el ralentizar, frenar, obstaculizar artificialmente el -probadamente efectivo- proceso de creación colectiva, la discriminación de grupos humanos y toda otra sarta de eventos francamente negativos.

Caracterizar la utilización de herramientas tecnológicas (la rueda lo es también, tal vez debamos prescindir de ella, puede debilitar nuestro sistema muscular) como vicios, excesos deformadores de la conducta de los jóvenes…no resulta muy convincente. La incomunicación, el individualismo que -actualmente- caracteriza el quehacer de muchos grupos sociales, es anterior al surgimiento de estos aparatos, a los cuales se les culpa (con total displicencia) de estos males .

No en balde, y con un cambio de dirección de 180 grados, Noam Chomsky, lingüista, filósofo y activista estadounidense,  profesor emérito de Lingüística en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), alerta sobre un grupo de otros 10 aspectos (no mandamientos) que pueden formar parte de una estrategia global de manipulación, entre los que se encuentra el “ Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad. Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores”.

Por tanto, habrá que mantener especial atención sobre el hecho de considerar la desconexión y el rechazo al uso -mesurado y consciente- de las nuevas tecnologías, como parte de una estrategia -supuestamente- de rescate de valores y prácticas socio culturales, evitando que “el remedio sea peor que la enfermedad”, ¿no?.

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