Nuevo estado de la física.

Las redes se han hecho cotidianas: prácticamente no se concibe ningún trabajo que se realice desde una sola computadora, o que no se vaya a compartir con otras personas. Y esta generalización del uso de los sistemas informáticos y de telecomunicaciones ha simplificado su uso, facilitado el acceso a estos recursos, antes privativos de personas encerradas en sus climatizados laboratorios, y ahora puestos en función de todas las acciones de nuestra vida diaria.

Cuando recién aparecía en la prensa internacional que algunas líneas de transporte público europeos, estaban permitiendo a sus viajeros desde los autobuses el acceso mediante tecnología inalámbrica (WIFI), al igual que han hecho en múltiples partes del mundo las universidades y las instalaciones hoteleras, esto no era un banal alarde de tecnologías, sino -más bien- un síntoma de que ni en el corto tiempo que puede tomar el trasladarnos dentro de la trama urbana estamos ya dispuestos a prescindir del apoyo de las redes.

A detallar esta especial relación hombres, computadoras y redes de comunicaciones vamos a dedicar el comentario de hoy.

¿Por qué la necesidad de las redes? Si, al final, yo puedo tener en mi computadora todo lo necesario para mi trabajo…bueno, esta visión del tipo señor feudal, que almacena dentro de su propiedad todo lo que necesita para subsistir y desarrollarse, estuvo bien durante un cierto tiempo. Pero ya no.

El tema está en la potencialidad del trabajo en colectivo. El hombre solo bien puede ocuparse de una tarea, léase una especialidad: puede ser matemático, físico, químico, biólogo, poeta, músico, escritor, ingeniero…incluso puede llegar a cubrir más de una especialidad.

Pero la potencia del equipo como estructura que resuelve problemas quedó demostrada desde la comunidad primitiva. Ni aún los intereses más mezquinos -el querer tomar para sí toda la ganancia- logra opacar la fuerza del trabajo en colectivo. Y no estamos hablando de equipos de solo 2 personas, parejas, no, estamos hablando de involucrar a decenas, centenas, miles de personas.

Un problema de canales.

Y este trabajo coordinado solo se facilitó, se concretó gracias a la posibilidad de crear canales de comunicación que permitieron el intercambio multidireccional de informaciones. 

Ah, muy importante, hubo que luchar contra la barrera horaria, léase que -a nivel continental o global- existen distintos husos horarios, y por tanto, cuando nosotros estamos en horario laboral, es probable que algunos miembros de nuestro equipo estén en horario de descanso y viceversa, y en este tema las redes y sus recursos tuvieron papel protagónico.

Las soluciones no se hicieron esperar: se habilitaron servidores, o sea máquinas computadoras que trabajan las 24 horas de los 365 días del año, y sirven como una especie de “zona franca” o almacén temporal.
Todos los miembros del equipo -previo acuerdo- depositan sus datos, sus resultados en un mismo servidor, y cada cuál accede a los mismos justo en el momento que los necesite, no importa si el autor está despierto o no. 

A esto se le conoce como comunicación asincrónica, y tiene sus características, como el hecho de que si queremos ahondar en algún detalle, preguntar algo específico, debemos dejarlo por escrito, para que cuando los demás miembros estén en activo, respondan nuestras interrogantes y nos dejen -a su vez- las necesarias respuestas, que leeremos en nuestra próxima jornada de trabajo.

Pero este es un caso extremo, de miembros de un colectivo que habiten regiones geográficas alejadas más de 6 u 8 horas (casi nuestros antípodas, o sea, las personas que con respecto a nosotros están al otro extremo del planeta tierra).

Para los más cercanos, los que comparten nuestros husos horarios en más/menos 4 horas, la situación, el vínculo puede resultar mucho más dinámico: si tenemos una duda, si debemos realizar una consulta a otro miembro del colectivo, la respuesta nos llega de inmediato, pues los propios sistemas de redes informáticas utilizan aplicaciones que avisan al instante que nos llegó una comunicación.

De esta forma, la colaboración toma un matiz muy dinámico, vemos a las personas pendientes de los mensajes, las interacciones que los involucren, y a este estado de atención a las redes se le conoce como estar “on line”, conectado.

¿On line?

¿Qué significa -en la práctica- estar on line? Es simple de entender, solo necesitamos tener alguna herramienta informática (computadora de mesa, portátil o más recientemente teléfono móvil) perennemente conectado a las redes de telecomunicaciones, y de esta forma nos enteraremos al instante cuando alguien requiere nuestra atención.

La inclusión de los teléfonos móviles ha producido una “trepada” sustancial en esta situación. Portar el móvil a dondequiera que vayamos, dejarlo en la mesa de noche cuando dormimos, o muy cerca cuando nos bañamos, nos ha permitido mantenernos atentos a los reclamos de personas con las que interactuamos: pueden ser familiares, amigos o colegas con que colaboramos en determinados proyectos.

De esta misma forma nos podemos mantener informados de las novedades de aquellas fuentes de conocimiento que sean de nuestro interés (periodísticas, científicas o de cualquier tipo).
 
Tan fuerte ha sido la repercusión de estas potencialidades en nuestra vida que -incluso- ciertas herramientas del propio mundo informático han mutado, pasando la responsabilidad de algunas de sus antiguas labores a los servidores de las redes, usualmente computadoras de gran potencia -y por ende más caras- que pueden ser mantenidas gracias al aporte de todos los usuarios que utilizan las redes. Este es el caso ya visto de las computadoras portátiles ultraligeras, las netbook, primas cercanas de los laptops, pero concebidas para trabajar esencialmente apoyadas en los sistemas de telecomunicaciones y sus potentes servidores.
 
Darwinismo informático.

De este fortalecimiento acelerado de las redes han surgido -incluso- nuevos especímenes que como la familia de las “tabletas” o tabletPC, se convierten -en la práctica- en ventanas por donde nos asomamos a un mundo de servicios informáticos atendidos desde centros remotos: la famosa nube, el cloud computing no es más que el reino de los que están “on line”.

Pero la historia no se detiene aquí, en este nuevo “estado” de la existencia humana: ahora se mantienen “on line” las universidades, las bibliotecas, los comercios (se acabaron los horarios de atención: 24 horas), los hospitales, las iglesias, los periódicos, los canales de televisión y radio, las bolsas de valores, los mercados del petróleo…el mundo fluye a través de las redes.

Algunos avances potenciaron esta situación: la eliminación de los cables como puente de conexión, la aparición de las comunicaciones inalámbricas, nos permitió levar anclas y movernos a donde fuera necesario, llevando con nosotros la -cada vez más necesaria- conexión.

La información, los datos que necesitamos viajan con nosotros… o mejor, están en todas partes, son ubicuos! -obviamente- allí donde haya “cobertura” como se le llama a las zonas a las que lleguen las señales ya sean por tendido de cables o inalámbricas de algún tipo.

Y eso está muy bien: no importa donde estemos, ni a donde vayamos, en todo momento podemos acceder a nuestras fuentes de información, consultar a especialistas, apoyarnos en el equipo. Por tanto, somos mucho más poderosos.

Aunque, no todo es color de rosa: estamos hablando de servicios que cubren solo ciertas partes del planeta, que no brindan las mismas prestaciones en todas partes, y que encima están siendo asediados por intereses financieros a cada paso…no en balde se está discutiendo tanto sobre la necesidad de preservar la “neutralidad” de las redes. 

Ya veremos…

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