Más información que arena…


Usualmente se utilizan sistemas de referencia para comprender la magnitud de eventos que pueden resultar particularmente escurridizos a la hora de capturarlos con nuestro entendimiento, de incorporarlos a nuestro pensamiento. De aquí que decimos “tal alto como un poste” o “pesado como 4 ómnibus”, “necesitaríamos 3 vidas para lograrlo” y así…

Un tiempo atrás conversábamos sobre el volumen de los teléfonos móviles que se desechaban anualmente (65.000 toneladas ), y lo igualábamos a  300 aviones Boeing 747, para -de esta forma- tener una idea de la magnitud del problema. Algo semejante vamos a hacer ahora, pero estableciendo una referencia entre componentes de sistemas bien distintos, tan lejanos como la playa y los discos de las computadoras.
Indudablemente, el tema de los soportes de información sigue dando quehacer, muchas cosas giran actualmente alrededor de la capacidad de memoria con que se dota a las más diversas herramientas, llegando a la práctica -ya cotidiana- de que cuando vamos a salir a nuestro diario quehacer, ya no solo nos cercioramos de llevar pañuelo, carnet y las llaves, sino que ahora -y de forma principal- prestamos atención a llevar la memoria flash, para “…por si acaso!”
Además, algunas prácticas de empresas a nivel internacional nos impulsan en esta misma línea, como cuando grandes volúmenes de información que antes solo podían ser accesadas yendo directamente a bibliotecas y archivos -celosamente cuidados- están siendo pasados paulatinamente a los nuevos soportes de corte informático, y poder consultar una información a través de un acceso remoto es algo…normal.
Incluso, conceptos como “la nube”, consistente -a grandes rasgos- en la existencia de un sistema ubicuo de datos y herramientas a los que se puede acceder a través de las redes informáticas y de telecomunicaciones, vienen a reafirmar que esta línea de trabajo llegó para quedarse, y peor, posiblemente sustituir a otras históricamente establecidas. Obviamente, existen dudas, hay una lógica resistencia al cambio, pero…piense conmigo: ¿alguien puede realmente creer que, ante una duda, preferimos ir personalmente a una biblioteca convencional, cumplir con los requisitos para lograr el préstamo de un ejemplar -si no está ya prestado-, esperar a que nos lo entreguen, para solo entonces poder hojear sus páginas a las búsqueda de la información que buscamos?
Indudablemente, ir personalmente a bibliotecas y archivos tiene su encanto, incluso hasta como actividad social…pero buscar la misma información desde nuestro puesto de estudio o investigación, contrastar lo obtenido, consultar a la vez varias fuentes, usar diccionarios, pedir traducciones, consultar simultáneamente a otras personas, todo esto en un reducido tiempo -y esta es una divisa estratégicamente importante para todos- …resulta una competencia muy poderosa.
Y todo esto sin hablar del desfasaje de la información portada en libros convencionales, que necesariamente han de pasar por un cierto período de tiempo entre su concepción y el arribo de los ejemplares a sus lugares de conservación y puesta en explotación (bibliotecas, librerías, archivos, escuelas…).
De hecho, cuando una información es alterada de alguna forma por nuevas investigaciones o resultados de trabajos recientes, el ciclo vuelve a comenzar, y -es probable- que en lo que termina, estemos consultando un texto no del todo actualizado, posibilidad que disminuye por la agilidad con que se puede modificar, actualizar o sustituir un archivo digital.
Todo esto ha traído algunas consecuencias: considerando (según algunos autores) el 2000 como el inicio de paso de toda la información a soporte digital, hemos pasado en una década de soportes con 1.4 megabytes (8 388 608 bits, o lo que es lo mismo, ceros o unos), a otros de “nueva” generación, que llegan a portar (primer trimestre de 2011) hasta 256 gigabytes (más de 180 mil veces la cantidad inicial), y obviamente este no es un tope, véanse los memristores y familia…
Podríamos preguntarnos: ¿qué sustenta, qué justifica este crecimiento en nuestro apetito de datos, de información? Bueno, realmente el apetito ya existía, aunque era difícil de saciar; hay que entender que las principales bibliotecas, las mejores surtidas, no están en cualquier lugar de la geografía del planeta, sino -especialmente- en las principales urbes, cohibiendo de su uso a enormes grupos humanos a los que se les dificulta el movimiento. Por tanto, había algo de resignación, de marginalidad en el acceso a las fuentes del conocimiento.
Pero hubo 2 detonantes, desfasados en el tiempo, que aunaron fuerzas y nos llevaron a la situación actual: en primer lugar, la popularización de las herramientas de corte informático y de comunicaciones (computadoras, redes, teléfonos móviles) que pasaron de ser atributo de grupos élites a parte del pañol de “herramientas” de las grandes mayorías, desde edades tempranas.
El segundo, obviamente potenciado por el anterior, fue la popularización de las llamadas “redes sociales” que nos han llevado a practicar nuevos “ritos” (como el muy de moda check in) en los que nos mantenemos intercambiando texto, imágenes y archivos de audio a toda hora, lo que ha hecho aumentar la demanda de servicios tecnológicos e incentivado la inversión en este sentido.
En resumen, recientemente se han publicado investigaciones que arrojan como resultado que la humanidad cuenta actualmente con una capacidad de almacenamiento digital de…295 exabytes, o lo que es lo mismo, 295 trillones de bytes, o 2 720 894 750 872 158 863 360 de bits (ceros y unos).
Algo así como 315 veces más que el estimado de granos de arena que hay en el mundo, y esto solo es una comparación de referencia, para facilitar la comprensión de las magnitudes de que se trata…

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